El tiempo empieza a pasar cada vez más deprisa, mucho trabajo y una escapada fantástica a la Guajira sería lo más destacado de estos últimos días.
Es sábado, ahora mismo paré de trabajar (son las 7:00pm y teóricamente no trabajo los sábados) así que de trabajo no les pienso hablar.
Les hablaré de algo bonito. Una vez más, la vida me demuestra que no hay más sentido que dejarme fluir por los entresijos de esta loca existencia, en la que a veces encontrarle la lógica es pedir demasiado.
El día 11 de Noviembre Cartagena se vestía de fiesta y desgraciadamente no para celebrar el día de la independencia de España, si no el festival nacional de la belleza, que ha conseguido sobreponerse a un hecho histórico y heroico donde el pueblo demostró su fuerza, ese mítico 11 del 11 del 1811. No me pregunten porque, un día tan importante y con tanto significado se ha convertido en una semana de fiestas de belleza, promoviendo valores verdaderamente tristes. Debo decir que este dato refleja bastante bien la sociedad colombiana, desde mi humilde punto de vista claro, donde a la mujeres se les inculca la importancia de la belleza como un valor tal o mas importante que la valentía, la honradez, la generosidad, etc.
La ciudad enloqueció. La fiesta, el desorden, la música, el baile, y las reinas de la belleza invadieron la ciudad. Hasta un punto bastante fuerte y es que la gente sale a la calle con cuerdas, o troncos que impiden pasar los coches a menos que les des plata, tiran buscapiés (petardos que si te descuidas te queman los pies porque como su nombre indica los buscan), maicena, espuma, agua...y a veces algunos productos que pueden hacerte perder la vista...en algunos momentos sentí como lo más salvaje de los humanos, aquella parte que como animales en jaula no podemos expresar en nuestra vida diaria pero que está ahí, salía esos días, en los que todo parecía valer.
Después de haber vivido lo suficiente las fiestas de Cartagena y con 5 días de vacaciones por delante, Carol y yo decidimos en cuestión de 30 min, irnos a la Guajira, una parte de Colombia, de la que solo sabíamos que había playas muy bonitas, indígenas y que la capital de la región quedaba como a 7 horas de Cartagena.
No les voy a explicar con detalle el viaje, lo explicaré a mi modo.
De nuevo la mochila a la espalda y un objetivo claro gastar lo mínimo. Otra vez fluyendo con la vida, llegas a un lugar, alguien te recomienda algo, allí conoces a otra persona que te indica otra cosa, y al final acabas en el paraíso siendo consciente que no estás solo, que eres el vértice de un triangulo, la parte de la red que se ve, pero ahí estás tu y todas aquellas personas que han hecho que lo estés, que llegues a un lugar del que una hora atrás desconocías su existencia.
La playa y los indígenas. La bondad de la gente demostrándome, una vez más, que vengo de un mundo donde se te hace difícil creer que la gente es buena porque sí. Volver a borrar mis prejuicios y miedos para redefinirme de nuevo, como en cada viaje.
Los wayuus, indígenas costeños de la zona, nos acogieron en aquel pequeño asentamiento en la playa, como a su propia familia. Creamos un hermoso vínculo, vivimos como ellos y con ellos, trabajamos con ellos, y comimos con ellos, un trueque espontaneo, algo que el dinero hubiera ensuciado. En 5 días construimos bonitas rutinas, ayudar a Rita (una señora que tenía un pequeño restaurante, 4 troncos de madera cubiertos con paja, una hoguera y a cocinar!!), esperar a Alejandro junto a su mujer, a que llegara de pescar, hablar con él sobre su jornada en el mar, dar un paseo hasta el pueblo, ir de casa en casa charlando con la gente, llegar y aliviar las múltiples picadas de mosquitos (aquí llamados zancudos) con la inmensidad de un mar que por la noche y al moverte hacía luz florescente demostrando que la magia existe, que la Madre Tieerra es poderosa, hacer la cena en la hoguera, y reposarla junto a Rita, hablando de sus costumbres, de su familia, de sus preocupaciones, mientras observábamos un cielo precioso que nos regaló alguna que otra estrella fugaz. Luego a la tienda de campaña a dormir agradecidas, por no estar al aire libre y ser la cena de los miles de zancudos, levantarse y despertarse con un baño matutino rodeada de pececitos y vuelta a empezar, a lo que seguro iba a ser otro día inolvidable.
Sentir de nuevo, que no basta con viajar, hay que romper tabús, el hecho de viajar sin dinero, con comida y una lata a modo de fogón, rompió su idea de meros clientes, pudimos verlo desde dentro, sentir como se sentían.
Supongo que son estas cosas las que me han enganchado a la vida nómada, a querer seguir conociendo, porque sé que al quedarme en un sitio me estoy perdiendo tantas cosas, que hay mucho más que ese pequeño mundo de 4 paredes que ya conozco bien, que no es verdad que eso es todo, que existen más cosas, que hay millones de posibilidades, que el conocimiento se adquiriere mientras caminas también y no solo en los libros, que mi vida es mía y no la quiero tirar ala basura, que si muero mañana lo quiero hacer sonriendo, si no es con la cara con el alma.
Me gustaría poder mostrarles alguna foto pero me dejé el cargador en España y aun no solucioné ese tema así que nada, por suerte tengo buena memoria y en mi mente queda mi nueva familia wayuu, que espero visitar pronto.
Pero les pego alguna foto, de cosillas que han ido pasado en Actuar, que por lo menos mi madre se que se alegrará bastante de verme la cara y comprobar que sigo bien.

Aquí está Cielito, la hija de una madre comunitaria, que es demasiado pequeña para ser estudiante del Hogar pero su mamá no la puede dejar solita, así que es nuestra mascota, es lístisima, y baile que es digno de ver.

Aquí en Actuar toca hacer de todo, desde cosas de lo más serias y formales, hasta lo más normal, hacer el payaso como siempre, pero esta vez con uniforme. (Acto de clausura de la semana cultural)
Clases de inglés. Les presento a mi amigo Michael, el pobrecito vino volando con sus alas mágicas hasta Cartagena pero no sabe ni papa de español!